lunes, 12 de abril de 2010

Edicion 72

La vida sin un móvil

Seguramente, amable lector, usted ha sido testigo o protagonista de una situación como la que se describe a continuación: se encuentran reunidos dos o más amigos o contertulios y están en animada charla. El lugar de reunión es lo de menos, pero pongamos a manera de ilustración un restaurante; desayuno, comida o cena da lo mismo. Antes de ordenar los alimentos o bebidas, se escucha una música, ya sea una marcha (caballería rusticana es muy socorrida), una canción de moda (si es en inglés mejor), salida de la cintura de alguno de los comensales.

Como en un duelo al estilo del viejo oeste, todos se llevan la mano a velocidad del rayo para desenfundar su aparatito y verificar si es a ellos a quienes llaman a su celular. De súbito, uno se levanta y se retira del grupo dando la espalda como si no deseara que nadie lo escuchara, aunque el volumen de su voz es suficientemente estridente como para que lo escuchen todos los asistentes al lugar de reunión. Con cara de compungido regresa una vez terminada su conferencia nada privada e impone un nuevo tema de conversación, basada, por supuesto en la llamada recibida.

Para entonces, ya todos ordenaron su platillo cuando se repite la ceremonia y ahora es el segundo contertulio que replica lo mismo que el primero. Cuando éste regresa a su lugar, muestra orgulloso su Blackberry y la plática inconclusa por la primera interrupción, deriva en las maravillas tecnológicas de su móvil y ahora se desvía la atención general a escuchar sus costos y usos y, por supuesto, la consabida recomendación de los mejores planes de telefonía móvil.

Así, transcurre la reunión entre un ir y venir de comensales entre las mesas y la puerta (lugar preferido de los usuarios para, según ellos, tener privacidad). Algunos, más abiertos ni siquiera se toman la molestia de levantarse de la mesa, provocando que el resto guarden silencio mientras termina su importante conferencia. Al final, sin evitar que alguno simule una llamada para no pagar la cuenta, se despiden todos con un sonoro “ahí nos echamos un phone”, previo intercambio de números y registro en el directorio SIM.

La misma escena es común, incluido el interior del hogar. Molesto es cuando se acude a una conferencia, al teatro, a un concierto y en los momentos de mayor concentración, suena la música de un celular provocando distracción generalizada; evidentemente mas molesto cuando desde sus lugares contestan su llamada, en una abierta provocación a los asistentes al evento.

El móvil y la vida, la vida y el móvil. No se concibe la vida sin un móvil. La inutilidad de la vida es manifiesta sin el uso de un móvil. Para empezar a vivir, los niños piden su móvil. Si quiere ser alguien en la vida, use el móvil.

Parcialmente, ésa nueva vida móvil, será trastocada por la disposición legal de registrar todos los teléfonos celulares en uso y que, según estimaciones de algunos expertos, serán entre un 30 y un 40 por ciento que no lo han hecho al limite de la fecha prevista desde hace un año. Las razones son varias pero domina una en especial: la desconfianza en la medida tomada. Recordemos que uno de los principales argumentos de los legisladores, a los que se les secó el cerebro con sus motivos, fue el inhibir las extorsiones de que han sido objeto incontables ciudadanos a través de sus celulares; nunca estimaron que la abrumadora mayoría de las extorsiones se hicieron desde los penales. Y quieren vender la idea de que con un registro nacional de celulares se abatirá este delito. ¡Bah!

Y pocos cuestionan la intención, aunque la puerilidad sea el sello distintivo de la mentada ley. La reticencia al registro es, repito, por desconfianza; no hay candados suficientes que nos hagan confiar en el buen uso del padrón. Hay demasiados antecedentes que hacen pensar que hay algo mas allá del registro y del combate a la extorsión. Baste recordar, por ejemplo, algunos casos que se han convertido con el tiempo en pérdida del espíritu de las leyes creadas.

La tenencia fue un impuesto “temporal” (ya con 42 años de antigüedad) para obtener financiamiento para las olimpiadas celebradas en 1968 en México y ahora se utiliza como promesa de campaña; el financiamiento público a los partidos y campañas se aprobó para evitar el ingreso de dinero de oscura procedencia (ahora plenamente identificado con narco financiamientos); el padrón electoral del IFE, utilizado por compañías transnacionales para fines mercantiles; el impuesto a depósitos en efectivo, de reciente creación y modificación, implementado para combatir el blanqueo de dinero y el ambulantaje. Etcétera, etcétera, etcétera.

La pregunta es :¿se ha cumplido con los objetivos planteados al momento de crear las leyes? La respuesta es NO. Los hechos y las acciones de la clase política han alimentado la desconfianza.

Hay molestia en los usuarios por tal medida y la respuesta es la rebeldía al registro de celulares, medida pacifica que provocará un conflicto de intereses entre la clase política, incluidas las autoridades de gobierno y las grandes empresas de telefonía móvil. La estulticia de los legisladores ha quedado de manifiesto.

Sin desconocer la utilidad de los celulares y respetando los argumentos de los usuarios compulsivos, no ha sido indispensable en mi vida cotidiana y como parte de los usuarios en rebeldía, amaneceré sin servicio por no registrarlo. Tendré la gran posibilidad de comunicarme sin ese adminículo que en ocasiones me era estorboso. Mis amistades podrán certificar mis dichos