Edicion 67
Luchador social, Mexicano Excepcional
Con dedicatoria a Carlos Montemayor
La semana precedente fue prolija en noticias de relevancia a nivel nacional; destacan tres en particular: el infame acuerdo en lo oscurito entre las cúpulas del PRI y el PAN, en un principio negado por ambos y con el secretario de gobernación como “testigo de honor” (¿ a eso le llama honor?....pues ¡vaya honorabilidad del funcionario!) y un enviado del novio de la gaviota; el engrudo se les hizo bolas tratando de deslindar tanto al gerente de los pinos como al copetón de televisa. Mucho hay que hablar y escribir sobre cómo unos cuantos sátrapas, sólo unos cuantos, deciden los destinos del país.
Y como serpientes que se engullen a si mismos desde la cola, ellos, sin ocultar sus verdaderos propósitos, se encargaron de fijar la atención de la población con mutuas acusaciones de traición. Y por si alguien todavía lo dudaba, ahí está presente la verdadera alianza que ha coexistido durante años: el PRIAN. Por lo pronto sólo lo apuntamos como tema a desarrollar y debatir.
Otro asunto que llamó poderosamente la atención general de propios y extraños fue la denuncia, de parte de sus propios hijos, sobre otra mas de las perversiones de ése engendro que, escudado en sus largas y oscuras faldas, abusó sexualmente de ellos siendo unos niños. ¿Dos, tres…. cuántas mas vidas ocultas se descubrirán de éste producto de lo peor de la escoria humana? Por lo pronto solo contrastamos la declaración del vocero de la Arquidiócesis de México, Sr. Valdemar, refiriéndose al inicio de registro de las parejas del mismo sexo que próximamente contraerán matrimonio: escupió el sujeto que “los matrimonios podrán ser legales, pero siguen siendo inmorales”. Calló sobre la nueva acusación que recae sobre el desviado sacerdote.
Tercera noticia de la semana, que no por el orden de mención es menos importante: luctuosa, noticia que duele: Muere Carlos Montemayor. No nos merecemos esto. En algo morimos nosotros.
Como si se tratara de una compensación de la vida, mientras unos personajes caen a lo mas bajo de las clasificaciones de la condición humana, según interpretación libre de los estereotipos Balzaquianos, vemos como otros valiosos actores en la vida publica crecen y crecen hasta alcanzar su espacio en el Olimpo colocándose al lado de los Dioses. Por ahí debe andar Carlos Montemayor.
Así, de ése tamaño es mi admiración por Carlos Montemayor. No recuerdo con precisión cuando lo conocí pero si recuerdo con exactitud la impresión que me causó en mi primer encuentro con El. Fue la lectura de “La Guerra en el Paraíso” el medio. El momento intimo de lectura de un libro tiene varias vertientes en los sentimientos provocados y, a mi juicio, depende de la capacidad de dialogo que se establezca entre el autor y el lector.
Nunca lo traté personalmente pero a partir de ahí, me consideré su amigo. Habiendo expresado mi admiración por aquellos que fueron capaces de entregar sus vidas en una lucha desigual contra el estado, no encontraba la descripción exacta o al menos una aproximación que no ofendiera a los políticamente correctos; éstos, que son mayoría en el país, manipulados mediáticamente por la plutocracia, no repararon antes ni reparan ahora en estigmatizarlos como gavilleros, asesinos, delincuentes comunes, resentidos sociales, alborotadores, desestabilizadores, rojos, comunistas, inadaptados, provocadores y un rosario de calificativos.
Con “La Guerra en el paraíso” aprendí de Montemayor a darles su dimensión correcta y a reconocer sin paliativos su lucha social, empezando, por desaparecer de mi vocabulario los epítetos arriba enunciados, cuando de lucha social se trata y a reconocer los mecanismos utilizados por la fuerza pública en su reacción hacia la disidencia activa. Muchos pagaron con su vida el deseo, para los demás, de una mejor vida.
“Guerra en el Paraíso” es un libro escrito con rigor, el rigor que impone la investigación tanto documental como testimonial y que de inmediato opacó las distorsiones que había sobre la guerrilla encabezada por el Profesor Lucio Cabañas; muy diferente del entonces circulante libro llamado “el guerrillero” sin autor pero supuestamente narrado por un también supuesto ex militante de la “Brigada de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres”. Evidentemente era un texto por encargo. Se vendió profusamente en las tiendas Sanborns; saque usted sus conclusiones.
Montemayor, con una prosa sencilla, bien estructurada con un estilo literario en manejo de los tiempos excelente, recrea unos diálogos que transportan al lector a una posición de testigo viviente. No queda duda que así como lo escribió, así fue. Hasta el calor de la sierra del sur transmite.
Con ese antecedente, seguí las colaboraciones de Montemayor en medios escritos con interés incrementado particularmente cuando de asuntos indígenas se trataba, dado el compromiso de defensa que asumió sin condiciones. Así pasó el tiempo hasta que apareció ése libro pendiente de publicar que, con un estilo literario ya identificado, narra las acciones del asalto al cuartel Madera el 23 de Septiembre de 1965. Misma técnica de investigación documental y testimonial, revela, en boca de los sobrevivientes, los motivos que orillaron los Maestros rurales (como Lucio) a enfrentarse con las fuerzas del estado.
Estas acciones son referidas en el excelente libro “Las Armas del Alba” y al igual que el anterior, exponen los momentos previos a la acción; algo que se puede resumir en la frase: “no existen movimientos de generación espontanea”; la guerrilla en el sur y el asalto al Cuartel Madera, responden a los signos de opresión, autoritarismo, cacicazgo, marginación, racismo y clasismo de la sociedad y sus autoridades. Se percibe claramente que en ambos casos hubo intentos de arreglar las situaciones por la vía legal, antes de optar por la vía armada.
Una tercera publicación, de rasgos épicos, trata de “La Fuga”, narración de uno de los sobrevivientes del asalto al cuartel Madera y preso en las Islas Marías. Cual moderno Ulises, escapa de prisión y nos comparte, en pluma de Montemayor, su lucha contra el mar y contra el hombre, personificado éste en los militares y policías.
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