martes, 22 de diciembre de 2009

Edicion 56

El espíritu de Mr Scrooge presente

Al señor Ebenezer Scrooge, típico personaje de Charles Dickens, protagonista principal de su famoso “cuento de navidad”, escrito en 1843, no le gustaba la navidad. Es mas, su misantropía no le permitía ver con benevolencia lo que hiciera feliz a las personas. Como es de esperarse, al final del cuento, previa visión de su lamentable futuro, oníricamente hablando, en el que todas las personas que lo conocían, celebraban jubilosamente su muerte, decide cambiar de actitud y se transforma en un hombre amable y generoso.

Su primera acción de cambio es mostrar afecto a quien tenia como su colaborador único, el Sr. Cratchit quien anteriormente era tratado despóticamente, explotado y aterrorizado como al peor de los esclavos, no importándole las penurias familiares que éste padecía; así, finalmente fue el primer beneficiario efectivo de la transformación sucedida en el Sr. Scrooge, gracias al espíritu navideño.

Puedo asegurar que alguna vez en nuestra vida hemos tenido contacto con esta historia a través de la propia lectura o de las innumerables representaciones para el cine o la televisión o bien en alguna puesta en escena teatral. Prototípico de la temporada navideña, se nos invita a olvidar agravios, a ser generosos, que nuestro corazón irradie bondad, hacer tregua en nuestros diferendos y que nuestra sensibilidad aflore en la piel. Ese es el mensaje que envía Dickens.

En esta temporada, los mensajes son de amor, solidaridad, tolerancia, cordialidad, felicidad, desprendimiento, esperanza y perdón, entre otras cosas. Nos invade un sentimiento de paz y tranquilidad. Cierto, lo necesitamos aunque sea temporal, no importa que sea un efecto placebo.

Es muy sano que el deseo de felicidad inocule a la sociedad, particularmente a aquellos que han sido infelices o que han sido arrastrados a la infelicidad; los que no han sido objeto de esa infelicidad, mimetizan el sentimiento en un consumismo materialista. Los deseos de felicidad, me inclino a pensarlo así, son para los desposeídos de siempre porque no la conocen.

A los que han perdido su empleo recientemente o que están bajo amenaza de perderlo en el futuro inmediato. A los desempleados con escasas posibilidades de obtener una fuente de ingresos. A los marginados de los cinturones de miseria de la ciudad cuya esperanza de salir del lumpen son casi nulas. A las victimas de injusticias, carne de reclusorios. A los enfermos que sufren por no poder adquirir medicinas, menos tratamiento. A los jóvenes que cada día ven canceladas sus posibilidades de continuar estudios y puertas cerradas al trabajo y convertidos en tierra fértil para la delincuencia, organizada o desorganizada.

También habrá que desear felicidad a los engañados y desencantados ya como una negra tradición por parte de una clase política insensible e interesada solo en si misma. A los que son victimas de las mentiras oficiales porque son tratados como menores de edad o que los creen poco inteligentes. A los que son despreciados en sus justas demandas haciéndoles sentirse impotentes. A los que han sido victimas de algún delito y sus familiares que, saben, quedará impune o aquellos que han sido también victimas de los abusos de poder. A los ancianos que han sido utilizados en eventos populares para que los gobernantes se luzcan con un fingido reconocimiento.

Se les desea felicidad a los dependientes despenseros por parte de las instituciones de gobierno y, ahora, los aspirantes a puestos de elección y gobernantes que suplen inteligencia por entretenimiento de masas. A los miles que no alcanzan pelotitas para la rifa pero que son carne de cañón para la foto y publiciten que están en cercanía con sus gobernantes.

La lista de necesitados de, al menos, deseos de felicidad, es larga. Quedan pocos al margen de la lista; entre ellos se encuentran los altos funcionarios, los políticos profesionales, los diputados locales y federales, senadores y toda la fauna parásita que los acompaña, aduladores profesionales. A ellos no se les puede desear felicidad porque ya son felices o al menos eso aparentan. Unos desde su incorporación a la alta burocracia y otros desde que les proporcionaron sus constancias de mayoría.

Aparte de que aparentemente ya son felices por las altas dietas que reciben, es difícil olvidar agravios, aun en esta época del año. Desear felicidad a quien un día miente y al siguiente también, haciendo de la mentira y el engaño su estilo de vida, por elemental lógica, no es fácil. ¿Como pensar en desear felicidad de aquellos que arteramente atentan contra la población aprobando impuestos que la empobrecerán aun mas? Y todavía se placean en unas manipuladas consultas ciudadanas negando el hecho. Auténticos cínicos.

He marcado mi raya. No soy Mr. Scrooge, pero tampoco quiero ser Mr. Cratchit. Con las salvedades antes establecidas, deseo felicidades a los colaboradores de la Jornada Aguascalientes, a sus directivos, reporteros y fotógrafos, sus administrativos, operativos, creativos, en fin, al personal todo; todos ellos construyendo ciudadanía desde ésta trinchera. Un abrazo fraterno para todos. En particular y en forma especial para los lectores mis mejores deseos. Vale.